lunes, 16 de mayo de 2011

Las historias de un cuerdo algo loco

Ahí estaba yo. Casa humilde, vida penosa e insulsa; trabajo mísero. En fin, que se le va a hacer, la cuestión era sobrevivir.
Si, me dirijo a tí querido colega para que estés advertido de lo que te puede llegar a hacer la vida.

A las cinco de la mañana ya estaba más fresco que una rosa, listo para ir a aquel suburbio, en el Arrabal a las afueras, que aunque era pobre y sucio, tenía su encanto.
Las familias se querían en las penurias, y por lo menos los árboles enbellecían las calles.
Trabajaba en una de esas carnicerías, donde se rebozaba la comida contra el suelo porque, según mi jefe la comida sabía mejor.
Yo que sabía, sinceramente me daba igual. Yo por si acaso no la comía.
Era la típica carnicería. El jefe era más gordo que los cerdos que nos traían. Olía a peste negra y escupía más que un vaquero. Escupía tanto que acababa en su propio jugo. Lleveba un delantal tan sucio y negro que no se sabía si en su día fue blanco.
Su mujer, más que una mujer parecía un hombre; peluda como un gorila, tan chata y gorda como Papá Noel. Cualquier niño que la viera la acusaría de bruja.
Me trataban como si fuese una botella de plástico. La chupas, la reutilizas una y otra vez hasta que te hartas y la tiras a la basura.
Yo trabajaba detrás, descuartizando.
No era mi vocación, mi sueño era cantar, pero cantaba peor que un zombi, así que ahí estaba cortando animales como si fueran papel.
Cuando algo me salía mal, si no atendía bien a algún cliente o provocaba un estropicio, me castigaban.
El castigo era muy simple. Me dejaban encerrado en el congelador, y me dejaban ahí. Cronometraban el tiempo. Era un crack, la última vez duré 30 min, cada vez lo hacía mejor.
Un día de esos aburridos y en los que no tienes nada que hacer, en los que nada te sostiene, (aunque toda mi vida era así) me encontraba descuartizando una vaca, ¡era enorme!.
Mientras, estaba pensando en visitar a mis padres por la tarde. A mi madre le llevaría unas flores, y a mi padre un café con leche, hacía mucho tiempo que no tomaba uno.
Mientras estaba en el asunto me despiste tanto, que descuajaringué al animal,¡Qué iba a hacer!. !La ballena me mataría!.
Cogí el bicho y lo metí en una bolsa, y como si fuese un asesino sin piedad, lo tiré a la basura.
Al poco rato vino, y claro como no soy muy espabilado, no me di cuenta de que era él quien llevaba la basura hasta el punto de recojida, y como es lógico pesaba más de lo normal.
Vino de tal manera que parecía un tren a vapor. Echaba humo hasta por los ojos.
Estaba tan caliente el fuego que le ardia en el interior que pronto se agotaría el combustible, asi que me decidi a hacer tiempo. Empecé a dar vueltas por la tienda, pero aunque fuera un mamífero acuático, no se asfixiaba. Abrí la puerta del congelador y vino corriendo hacia mí, y cuando estaba a punto de cogerme, le puse la zancadilla. Cayó en redondo dentro del congelador. Cerré la puerta y estaba tan asustado que salí corriendo.
No sabía si estaba muerto o vivo, pero ahí le dejé. La verdad esvque si estaba muerto, mejor, pero yo salí corriendo.
Y ahí estaba yo, nueva ciudad, nueva vida, nuevas gentes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario